Cómo ser feliz por una hora
Como decía ayer por mi Instagram, a raíz de este día de la felicidad han salido muchos artículos hablando de lo que se sabe al respecto por medio de estudios sociológicos, psicológicos y, en definitiva, científicos.
Muchos artículos hablaban de cómo nos pensamos que alcanzaremos la felicidad una vez hayamos conseguido algo o alguien y lo cierto es que eso nunca ocurre porque, en el mejor de los casos, si terminamos consiguiendo lo que deseamos, ponemos el umbral de felicidad en otro lugar, en otras cosas que no tenemos, con otras personas que no están con nosotros.
¿Acaso conformarse forma parte de nuestro vocabulario hoy en día? Creo que hasta aquí no hay nada nuevo.
Infelicidad en el fitness
La verdad es que esta insatisfecha forma de ver el mundo es muy aplicable al fitness y al mundo de la imagen: casi todos hemos hecho dieta o ejercicio alguna vez pensando en mejorar nuestra imagen, algunas personas lo han hecho pensando en que su felicidad dependía de un talla, un número o un canon de belleza.
[big-text align=»alignleft»]Si nuestra felicidad depende de algo externo y circunstancial, la llevamos clara[/big-text]Pero tanto los que han pasado por esa historia, como para los que la hemos vivido desde fuera tenemos la misma moraleja: si nuestra felicidad depende de algo externo y circunstancial, la llevamos clara. En el mejor de los casos seremos felices “a ratos”, cuando la frustración no nos invada si nuestro objetivo es asequible o cuando el optimismo no nos abandone a nuestra suerte.
Para lo bueno como para lo malo, en esta vida nada permanece. Ni lo que vemos en el espejo ni la talla que llevamos.
En el peor de los casos, podemos protagonizar una dramática escena, sentirnos depresivos, apoltronados en el sofá preguntándonos “por qué” y añadiendo a la pregunta fórmulas como: “no bajo de peso”, “no me crecen los músculos”, “no controlo mi ansiedad”, “no me cabe mi ropa”, “no soy fuerte” y así pasando el centenar de ejemplos.
La culpa de todo la tiene la genética
En lo que respecta a mi persona, tengo la fortuna de que nunca me he obsesionado por un número. Soy más de letras, a pesar de que a mis 26 años siento que nunca he estado más cómoda en mi propio cuerpo que en este último tiempo.
Con esto quiero decir que hubieron épocas en el que he deseado pesar menos, tener menos grasa o caber en una 36. Hoy no me importa mi peso porque si me guío por él, no sabría dónde meter mis músculos, definitivamente sé que tengo menos grasa que hace tan solo un par de años y en algunos casos quepo en una 36, aunque mi talla normal es la 38. Ni tan mal.
Aún así, cualquiera que me conozca un poquito sabe que no soy, lo que se llamaría, la persona más alegre del mundo, ¿por qué será? ¿tiene eso algo que ver con el fitness? Déjame que continúe para demostrarte la relación.
En unos de los artículos que leí hablaban de varios estudios que demostraban que el 50% de nuestra felicidad está determinada por nuestros genes, es decir, nuestro carácter triste o alegre, optimisma o pesimista no es una obra nuestra e individual, ya viene escrito o al menos parcialmente. Y aunque es muy fácil echarle la culpa a la genética, no puedo dejar de afirmar que esto tiene que ser verdad.
Lo dice una persona que buena parte del tiempo ve el vaso vacío (o no ve el vaso), que tiene las expectativas muy altas sin ningún motivo, el nivel de exigencia desmesurado y la impaciencia a flor de piel, por lo que se deprime con la misma facilidad con la que se nubla un soleado día de otoño (la estación en la que mejor echarme de comer aparte). Una persona que, como se conoce, hace extraordinarios esfuerzos para que nada de esto ocurra: ser optimista, ver el vaso a medio llenar y poner color a un día gris.
[big-text align=»alignright»]Moverse es lo más terapéutico que he encontrado en mi vida[/big-text]Confieso que la mayoría de los días no lo consigo, pero en mi favor también he de decir (y aquí viene el secreto) que he conseguido una manera de levantar mis ánimos y ser feliz, aunque sea por una hora, independientemente de mis circunstancias o de lo que haya pasado antes: haciendo deporte.
Moverse es lo más terapéutico que he encontrado en mi vida, y no solo en la mía, sino también en la de las personas con las que he compartido un cachito de mi vida. Moverse es un recordatorío de lo que realmente somos: organismos llenos de energía capaces de crear, de mutar, de transformar no solo a nosotros mismos, sino al mundo y todo a través de la acción.
Moverse también nos recuerda que lo importante es el aquí y el ahora. Eso que suena muy zen, pero que razón no le falta. Porque dime: ¿acaso recuerdas la mierda de día que tienes mientras estás subida a una bicicleta de spinning? ¿o mientras pules tus zapatillas corriendo? ¿o mientras te machacas entre hierros? Me juego la melena a que no.
Por eso creo que Día de la Felicidad también debería ser el día del deporte. Porque moverse es una forma de buscar la felicidad, aunque sea por un instante. Todos deberíamos movernos, desde los más alegres a los más infelices.
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