Sobre el boicot que nos hacemos las mujeres
En una conversación entre compañeras de trabajo, una le pregunta a la otra:
—Eh, ¿te vienes después de trabajar a por unas cañas y tapas? Será algo rápido porque Ana tendrá que recoger a sus hijos de fútbol y yo tengo que recoger a la mía de casa de mis padres.
—Pues la verdad es que hoy no puedo, ¡lo siento! Estoy a unas semanas de mi debut en la maratón y tengo que entrenar…
—Ah. Bueno, vale. [Voz mental: claro, ella puede estar muy ocupada dedicándose a sus carreritas… no tiene cargas, ¡pero para colmo va a su bola!]
La conversación me la he inventado. No sé si me ha pasado a mí porque, por el momento, no leo mentes, aunque sí he sentido cómo había decepcionado a alguien cuando he preferido irme a entrenar que salir de fiesta o tomarme algo después de trabajar.
Y a pesar de que la conversación es inventada, la voz mental contiene palabras que se materializan a menudo, que me dicen a mí de otras mujeres, y entonces siempre me digo lo mismo: Si habla así de ella, ¿qué dirá de mí?
Esto que parece muy típico en la gran parte de los entornos laborales, se comprueba rápidamente cuando una mujer empieza a hacer deporte, o pone en primer lugar esa afición, esa hora al día para una misma, por encima de casi todo lo demás.
—Claro, ella que puede… .—apostillan muchas cuando esa persona en cuestión ya no está presenta.
Entonces, las que podemos ¿Tendremos que sentirnos culpables por ello? Si es que no, ¿por qué, entonces, nos hacemos ese boicot entre nosotras? ¿Acaso no podemos todas?
A menudo me preguntaba por qué eso no pasaba entre hombres. Me imagino que pasarán otras cosas, pero eso no. Será porque el mundo se ha dado como se da y los roles aún no están bien repartidos. Que un hombre “vaya a su bola” es normal, que un hombre diga, entre risas, lo que piensa de su compañero estando éste presente, también lo es.
A medida que creces como mujer, vas conociendo personas y abriéndote paso en el mundo laboral, conoces más gente en el deporte que practicas y fuera de él, y yo me doy dando cuenta que nosotras, entre nosotras, somos las peores jueces.
Casi como un objetivo a derribar, por no recurrir a la metáfora de que somos nuestras peores enemigas porque me retuerce la cara se solo pensarlo. Y lo peor de todo es que lo tenemos asumido que poner la zancadilla con estos comentarios y juicios es “algo normal”; es “envidia”, la palabra que usamos cuando alguien que ha pasado por estas situaciones nos lo cuenta.
¿Envidia de qué? ¿De tener el privilegio de ponerme un dorsal cuando hasta 1967 no se podía? ¿Envidia de que hoy puedo pisar un gimnasio sin que todas las miradas se claven en mí por ser la única mujer en la sala? ¿Envidia de concederme tiempo y quererme?
Hace unos días, el grupo liderado por Cristina Mitre, “Mujeres que corren” y el club montado por Laura Baena, “Malas madres” lanzaron un anuncio que refleja esto de forma bastante certera: “Cambiemos la conversación”, es un must verlo:
Yo digo no solo que cambiemos la conversación en este aspecto, sino que nos paremos a reflexionar cada vez que emitimos un juicio hacia alguien, ¿por qué lo hacemos? ¿qué estamos diciendo de nosotras mismas al decir eso?
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